jueves, 13 de marzo de 2014

Concentración


Después de ganar varios concursos de arquería, el joven y
jactancioso campeón retó a un maestro Zen que era
reconocido por su destreza como arquero. El joven demostró
una notable técnica cuando le dio al ojo de un lejano toro en
el primer intento, y luego partió esa flecha con el segundo
tiro. "Ahí está", le dijo el viejo, "¡a ver si puedes igualar eso!".
Inmutable, el maestro no desenfundo su arco, pero invitó al
joven arquero a que lo siguiera hacia la montaña. Curioso
sobre las intenciones del viejo, el campeón lo siguió hacia lo
alto de la montaña hasta que llegaron a un profundo abismo
atravesado por un frágil y tembloroso tronco. Parado con
calma en el medio del inestable y ciertamente peligroso
puente, el viejo eligió como blanco un lejano árbol,
desenfundó su arco, y disparó un tiro limpio y directo. "Ahora
es tu turno", dijo mientras se paraba graciosamente en tierra
firme. Contemplando con terror el abismo aparentemente sin
fondo, el joven no pudo obligarse a subir al tronco, y menos a
hacer el tiro. "Tienes mucha habilidad con el arco", dijo el
maestro, "pero tienes poca habilidad con la mente que te
hace errar el tiro".

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